lunes, 10 de marzo de 2008

Requiem por los ojos que busco


Sería finales de verano, aunque para ella todos los días eran invierno. Su desgastado cuerpo ya no entendía de climatología. Tediosa, cumplía todas las mañanas con el mismo ritual. Salía al jardín, descalza y con el sucio camisón de siempre. Inmovil, dejaba que sus pies se hundieran en la húmeda hierba, y mientras, su frente buscaba el sol para aspirar los últimos rayos que el verano ofrecía. Para ella era como una experiencia espiritual, sentirse fusionada con la tierra. Luego, volvía de nuevo a su casa a morir un día más rodeada de los recuerdos que en un tiempo lejano, le hicieron feliz. Postales, fotos, cartas, vinilos... Todo era válido. A veces, en la profundidad de la noche, enloquecía. Gritaba desesperada sin que nadie viniera a calmarla, sin que nadie le acariciara y le diera unas palabras de aliento, sin que nadie, absolutamente nadie, le besara y le dijera que todo había sido una pesadilla. La gente del barrio comentaba y hacían su propias teorías ( unas ciertas, otras inventadas por la falta de ocio que tiene un pueblo pequeño ). Unos decían que su carácter ermitaño vino a raíz de la extraña muerte de un hermano, otros, que de joven la violaron unos marineros... Los más jóvenes, directamente, la conocen así de toda la vida. La típica "loca del pueblo". Todo era verdad y nada era cierto. La única y verdadera historia la sabía ella y ahora, yo...

Principios de otoño. LLuvioso lunes gris.... Me despierta la radio con una canción de los Scorpions. Saco ánimos de la nada y me dispongo a hacerme el matinal café. Aún me dura la resaca del sábado y encima el tiempo no acompaña. No pinta nada bien éste día. Tomando la misma ruta, llego al hospital. Trás unos cuantos "Buenos dias" de educadas caras largas, me informan de los nuevos ingresos y de algún que otro morboso cotilleo de úrgencias. Caso omiso a ciertas voces... Doy una vuelta por la planta con el fín de documentarme por mi misma sobre los pacientes y trás visitar unas cuantas habitaciones y creer que la ronda ya había terminado, unos ojos me atrapan desde el final de una de las cámaras. Unos ojos de terror, melancolía y vacio que me intimidaron incluso a mi. Esa mirada provenía de una anciana tan consumida, que podías confundirla con la sombra de las sábanas. El ambiente gris de la habitación, el olor espeso que emana la muerte y el pálido rostro que jugaba con el oscuro día otoñal creaba una estampa verdaderamente siniestra. Era la primera vez en mi larga trayectoria profesional, que una situación me causaba tal respeto. Entré con la idea de comenzar el mismo protocolo de exploración que hago con todos los enfermos, pero no pude. Me quedé anclada en su mirada, regalandole una caricia de compasión que no consideré muy ética, pero si muy humana. Noté que su cuerpo empezaba a relajarse, y que la situación ya no era tan tensa como en un principio. Sin mediar palabra, me marché de allí. Sin reconocimiento y sin mediar palabra.Durante el resto del día, no pude concentrarme en nada que no fuera en el recuerdo de aquella mirada y cuando ya estaba acabando mi turno vino una compañera y entre risas me dijo: - "La tarada de la 301!! Que dice que busca unos ojos! jajajaja! Ha ido la auxiliar que la ha cuidado hoy y le grita diciéndole que no son esos los ojos que busca!! Maldita vejez..." Ni le contesté. Era tan maldita la vejez, como lo era su ignorancia. Me dí cuenta entonces, de que ambas necesitabamos volver a vernos y me acerqué con paso firme y decidido hasta las habitación. La imagen seguía siendo igual de desoladora, pero con una diferencia. Sus ojos no expresavan el mismo terror que el de esta mañana y una leve sonrisa parecía dibujarse en su cara al fijar su mirada y asegurarse que era yo la que atravesaba el umbral de su puerta. Al acercarme al lecho, me agarró de la mano y volviéndome a clavar sus ojos verdes se atrevió a ser ella la primera en romper el silencio. "- He tardado años en encontrarte. Ya no recuerdo la última vez que alguien se tomó la molestia de prestarme un mínimo de atención sin haber por medio un motivo de burla o morbo. Y menos aun, recuerdo la última vez que noté el verdadero calor de una mano...". Se anudaron mil corbatas en mi garganta, pero aun así seguí escuchándola con gesto firme, pero confiado. "- Habrás oido tantas barbaridades sobre mi, que seguramente vengas ya con la predisposición de escuchar a una vieja chiflada... Si. Estoy loca. No recuerdo muy bien si lo que me enloqueció fué el amor o lo hizo la soledad... o quizás ambas cosas. Fuí abandonada, ignorada, ninguneada e insultada por el amor de mi vida y seguidamente fuí abandonada, ignorada, ninguneada e insultada por la sociedad...". Decidí sentarme para escucharla más tranquilamente y por un momento perdió el hilo mirando a través de la ventana. Se recuperó y siguió. "- Si algo he aprendido en casi mi centenar de años, es que en el momento que se te olvida el signicado de la palabra "vida", es cuando has dado el primer paso hacia la muerte. Y no me refiero a la muerte física... Cuantas personas pasean por las ciudades, con su maletín y sus bigotes señoriales creyendose jovenes, cuando en realidad estan más cerca de la muerte que yo!!". Hizo una pequeña pausa para cojer el aire que había gastado al soltar una corta carcajada trás el último comentario y yo la acompañé con un suspiro y una ligera sonrisa."- En fín pequeña, no tengo otra herencia que mís recuerdos... y te la voy a dejar a ti, para que mís errores sirvan para salvar en un futuro los tuyos. Los cuervos que hay en la entrada ( se refería a las celadoras ) te informaran de donde vivo. Allí encontrarás mi vida reducida en 90 m2." Le agradecí su confianza, le besé la mano y salí de la habitación. Tomé el coche en la dirección que me habían dado ( ¡¡volvían a sonar los scorpions en la radio!! ) y sumida en el recuerdo de la conversación llegué hasta el hogar.Me detuve un momento en la puerta. cierta parte de mí quería respetar ese santuario de recuerdos tan personal. Pero trás haberla escuchado, necesitaba entrar. Con un ligero empujón, la vieja madera cedió ante mi cuerpo y mis ojos empezaron a recorer cada rincón de la casa. Humedad, suciedad y polvo ( mi caracter hipocondriaco no me paralizó ). Fotos, papeles, flores secas e incluso peluches se esparcían por el suelo y los muebles. Puse en marcha el tocadiscos y un antiguo blues sonó de fondo mientras leía cartas y escritos de la anciana. Algunos, eran dificil de descifrar por las lágrimas que en su momento corrieronla tinta. Un hombre que nunca la quiso, una infancia dificil y traumáticas muertes sucedían a lo largo de su historia. Me paré a pensar. ¿ Entonces, qué quiere esta mujer que yo aprenda, si realmente su desdichada vida no ha sido culpa suya ? Pasé a otra habitación, a ver si ésta me resolvía la duda. La estampa era la misma ( o peor ) que la que me había encontrado en el comedor.Instintivamente, miré debajo del colchón. Ese es el espacio que yo reservo para mis escritos más secretos y pensé que podía ser también el suyo. Pero no... nada. Seguí buscando hasta que di con una caja que se situaba arriba del armario. Casi ni se veía del abrigo de polvo que la envolvía. La abrí y encontré más papeles y más cartas. A priori, no parecían muy distintas que las que había leido anteriormente, pero si que cambiaba algo. El remitente. Eran cartas de amor que le escribía un admirador en su juventud, mientras ella moría por el hombre que la despechó durante años. Las cartas eran de una sinceridad y pasión abrumadora. Supongo que ese fué su primer error... el cegarse por un amor imposible. Averigué también sobre su vida profesional. Descubrí que la anciana en su día fué maestra de un humilde colegio del pueblo de al lado. Me enteré de ello al leer otra carta en la que le ofrecían un mejor puesto en una institución de la ciudad. Segundo error... lo rechazó por mantenerse cerca de aquel hombre. Leí, ví y palpé lo suficiente como para saber que esa mujer amó más de lo que una persona puede amar en su vida. Le ofreció todo sin valorar nada. Siguió "viviendo" sumida en su soledad y ésta, junto a los recuerdos, acabaron con ella. Salí de la casa con rabia, pero con la lección aprendida. Y volví al hospital para comunicarle todo lo que había visto y debatir con ella ciertos puntos que no me habían quedado claros.Pero al llegar empecé a notar un mal presentimiento. Había mucho revuelo en la planta y ya eran altas horas. Evidentemente, había pasado lo que me temía. Aceleré el paso hasta llegar a la habitación 301 y me encontré con el rígido cadaver de la anciana. Sin embargo, a pesar de la amarga situación, el cuarto parecía más alegre que la primera vez que entré en el. El gesto de su cara no era de horror, sinó de paz. Incluso me atrevo a decir que esbozaba una ténue sonrisa de complicidad. Como si hubiera muerto con un pensamiento felíz. Pregunté a las auxiliares que estaban alrededor. "- Pobre abuela! Hasta en su lecho de muerte seguía dando rienda suelta a su locura! Susurraba con la cara casi desencajada : Por fín he encontrado los ojos! "

No hay comentarios: